jueves, 16 de julio de 2009

Leer no me resulta fácil


Leer no me resulta fácil

En mi vida la lectura siempre estuvo signada por fenómenos incomprensibles.

Desde aquellas veces en que merced a cierto poder transformador, en algún elegante libro de tapas mullidas de cuero de la biblioteca de mi padre en donde podría haber apreciado la poesía del Martín Fierro, súbitamente yo tenía pleno acceso visual a un interminable archivo con aspectos desconocidos de algunos notables protagonistas de nuestro pasado.

Desde la irrefrenable devoción de Bartolomé Mitre por el juego de las escondidas, las danzas secretas de Julio Argentino Roca completamente desnudo, con plumas pegadas en todo el cuerpo, el amor por la comida germana de José Gervasio de Artigas, quien introdujo en 1797 el frankfurter en la República Oriental del Uruguay, la arrobadora belleza de Juana Azurduy, hermosísima morena de ojos fulminantes, de andar y curvas irresistibles, la colección de esmaltes de uñas de Juan Manuel de Rosas, las humillantes mofas a Alvar Núñez Cabeza de Vaca por parte de sus compañeros, el vitiligo oculto de Don Juan de Garay, el terror a las palomas de Bernardino Rivadavia o los exuberantes pechos de Remedios de Escalada. Hasta los deliciosos poemas de amor de Santos Godino.

Pero nunca poder leer el viejo Martín Fierro.

Ese y otros misteriosos fenómenos relacionados con la lectura fueron y siguen siendo extraños en mi vida.

Allá, en mi juventud, cuando debía leer aquél obligatorio " Civilización y barbarie", de Domingo Faustino Sarmiento, invariablemente ante mis ojos ese libro se hacía humo.

Hasta pude sentir muchas veces un calor pegajoso, pringoso, y un olor desagradable que despedía mientras desaparecía entre en mis manos.

En ese caso la angustia era mínima, pues siempre tuve pésimas referencias del autor.

Y nunca, al abrir el naftalínico "Juvenilia" de Miguel Cané, pude leer mas que la frase “…aserrín aserrán, los maderos de San Juan, piden pan no les dan, piden queso les dan un hueso y les cortan el pescuezo…” que se repetía sucesivamente hasta completar todas las páginas del libro. Aquella dulcísima canción infantil.

Algunas novelas siguen comenzando por el final, los nombres de sus autores trocados en los de famosos criminales (El autor de "El atroz encanto de ser argentinos" nunca deja de ser Carlos Robledo Puch) y los carteles indicadores tornándose cada vez más engañosos.

¿Qué significa, por ejemplo: “Prohibido mirar a la izquierda”, “Prohibido escupir en el sueño” y cosas por el estilo?

Muchos sugieren que olvide mi problema, o que podría ganar mucho dinero con eso, pero yo simplemente deseo poder leer como lo hace cualquier persona, y no páginas repletas de informaciones complicadas de descifrar.

Tal vez pueda, el día menos pensado.

www.elortiba.org | Web de Horacio Fontova

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