viernes, 29 de octubre de 2010

El Pajarito no quiere comer

TRANQUILO, QUE LA JAULA ESTÁ RECIÉN PINTADA


Procesado por la desaparición de Adalberto Soba en 1976, el coronel (r) Jorge Silveira vuelve a protestar con un ayuno. Ya confesado por monseñor Nicolás Cotugno, tendrá tiempo de reflexionar cuando se lo condene por todos sus otros delitos: el ataque al Senado en 1973, la tortura y violación de detenidos en centros de torturas, el traslado de Elena Quinteros, la desaparición de nueve personas en el 300 Carlos, su participación en chantajes económicos, su presencia en Automotores Orletti y el caso Gelman, para luego enfrentar sus requisitorias desde la justicia de Argentina, España e Italia.


TEXTO: ROGER RODRÍGUEZ – rogerrodriguez@adinet.com.uy
Caras y caretas



A Jorge Alberto Silveira Quesada lo parieron (ése es el verbo) el 20 de setiembre de 1945. Veinte años después ingresó al Ejército, al arma de Artillería, donde conoció a otros represores como Tabaré Acuña, Roberto Botti Porras, Manuel Cordero, José Nino Gavazzo, Mario Mouriño, Juan José Pomoli, Ruben Atilio Sosa y Gustavo Taramasco, algunos de los cuales ya han sido condenados por crímenes de lesa humanidad.


En 1968, siendo cadete, realizó el curso de Special Cadet Course en la Escuela de las Américas, donde Estados Unidos instruyó a buena parte de los torturadores de las dictaduras de la región. Eran sus compañeros de generación algunos militares que también se destacarían por unos u otros motivos: Armando Méndez, Pedro Cardelliac, Juan Delpino, Walter Díaz Tito y Heber Figoli.


A partir de 1971, cuando las Fuerzas Armadas se suman a la Policía y surgen las Fuerzas Conjuntas para reprimir a la insurgente guerrilla, Silveira pasa a desempeñarse en el Grupo de Artillería Nº 1 en La Paloma, detrás del Cerro, donde funcionaba la sede de la Oficina Coordinadora de Operaciones Antisubversivas (OCOA). Allí operó con el grado de teniente en el equipo del S2 (inteligencia), que comandaba el mayor Gavazzo.


Sus víctimas lo recuerdan entonces bajo el seudónimo de ‘Chimichurri’. En 1972 ‘interrogó’ en el Batallón de Infantería Nº 8 de Paysandú a María Elia Topolansky, hermana de Lucía, la hoy senadora y primera dama. Quienes lo sufrieron destacan su sadismo, especialmente las mujeres, ante quienes lucía, orgulloso, el mote de ‘Isidorito Cañones’, por su parecido al personaje de historieta argentino.






Pájaro dictatorial


Silveira se sintió importante la noche del golpe de Estado de 1973. Horacio Catalurda, funcionario del Legislativo, reseña tras la última sesión del Senado… “Me acuerdo de que [Jorge] ‘Pajarito’ Silveira fue el que comandó la tropa que invadió el Palacio aquella noche […] Al primer lugar que fueron a revolver todo fue al despacho del senador Zelmar Michelini. Fueron derecho para allí diciendo que lo allanaban en la búsqueda de armas que nunca encontraron”.


El legislador Víctor Semproni fue una de sus víctimas en Artillería Nº 1 en 1974 y en su testimonio señala a Silveira como uno de los torturadores del desaparecido Eduardo Pérez (el gordo Marcos) y como quien le confesó que habían ejecutado a los fusilados de Soca: "A esos cinco los limpiamos nosotros, y la próxima vez que caiga uno de los nuestros [en alusión a la muerte del coronel Ramón Trabal, en París] van a ser diez... Estás autorizado a decirlo en la visita como advertencia para los de afuera", le dijo Silveira.


Para 1975, en el Año de la Orientalidad, Silveira es asignado directamente en la OCOA de la División de Ejército I y participa de un intento de chantaje a militantes del Partido por la Victoria del Pueblo (PVP) a quienes torturan para que sus compañeros exiliados en Buenos Aires entreguen la bandera de los 33 Orientales que la OPR-33 había secuestrado en 1969 y el dinero que luego les quitarían en Orletti.


A partir de 1976, Silveira ya era capitán y bajo su alias de ‘Oscar 7’ o ‘Siete Sierras’ se había transformado en un maniático torturador del 300 Carlos, el centro de torturas conocido como el “infierno grande”, ubicado en un galpón del Servicio de Material y Armamentos, a los fondos del Batallón de Infantería Nº 13. Allí desaparecieron Carlos Arévalo, Eduardo Bleier, Juan Manuel Brieba, Julio Correa, Julio Escudero, Fernando Miranda y Laureano Montes de Oca.






Pájaro coordinado


Silveira niega haber viajado a Buenos Aires o participado en el ‘pozo’ Automotores Orletti;; sin embargo, una de las sobrevivientes, Ana María Salvo, lo recuerda en su primer día en aquel centro de torturas: “El primero en hablar es el oficial Juan Manuel Cordero, quien me conocía por haber allanado varias veces mi casa en Montevideo durante el año 72. También estaban Jorge Silveira y Nino Gavazzo, que me habían interrogado y torturado en Montevideo, en el cuartel de La Paloma, en febrero de 1974".


Las víctimas de Orletti siguieron sufriendo al ‘Pajarito’ Silveira tras su traslado ilegal a Montevideo en el “primer vuelo”. Era uno de los que las interrogaban en el “infierno chico”, como llamaban a la casona que utilizaban en Punta Gorda. También lo identifican como un visitante continuo cuando las trasladan a la sede del Servicio de Información y Defensa (SID), en Bulevar Artigas y Palmar, donde ya estaba la nuera del poeta argentino Juan Gelman. “Silveira siempre llegaba en su VW blanco”, atestiguan.


A principios de 1977, Silveira y el policía Ricardo ‘Conejo’ Medina son los que dejan en la puerta de la casa del comisario Ángel Touriño una canastita en la que se encontraba Macarena, la hija que María Claudia García de Gelman, había tenido en el Hospital Militar. Fuentes militares señalan a Silveira, junto a Medina y los coroneles Juan Rodríguez Buratti y Ricardo Arab, como los asesinos de María Claudia, a quien enterraron en el Batallón de Paracaidistas Nº 14 de Toledo.


Cuando en enero de 1977 el “infierno grande” se traslada a La Tablada, Silveira y otros miembros de la OCOA (Victoriano Vázquez, Roberto Echavarría y José Luis Parisi) son derivados al Establecimiento Militar de Reclusión Nº 2, en Punta de Rieles, pero en realidad ‘Pajarito’ seguía operando para la OCOA en los interrogatorios en La Tablada. Por ese centro de detención clandestino pasaron varios de los desaparecidos traídos de Argentina en 1978.






Pájaro sádico


En una entrevista publicada en la revista Posdata, dos colaboradores del FUSNA narran: “Llegó un capitán de OCOA un día que había uno en la ‘máquina’ colgado. ‘¿Lo puedo interrogar?’, preguntó al teniente Juan Carlos Larcebeau. ‘Bueno’, le dijo. Lo conecta y se afirma en el ‘teléfono’ y empieza a darle y darle… y el otro empieza a cimbrarse y largar espuma por la boca y le dio un ataque. Llamamos al médico. Quedó duro. Larcebeau se calienta, saca al capitán y le dice: ‘¿Qué hacés? ¿sos tarado? Le estás dando y no le preguntás nada. ¡Vas a matar al tipo!’… Y el capitán respondió: ‘No, si cuando se mueren hacen crick’ (e hizo un gesto)”. El capitán era Jorge Silveira.


A partir de 1980, ‘Pajarito’ pasó al Estado Mayor Conjunto de las Fuerzas Conjuntas (Esmaco), que desde la casona donde hoy funciona el Ministerio de Defensa Nacional, en 8 de Octubre, encabezaba unas frustradas conversaciones con los partidos políticos que llevaron al plebiscito por la reforma de la Constitución. Silveira también fungía como jefe de administrativos del Palacio Legislativo, donde actuaba el Consejo de Estado.


En 1981 Silveira vuelve a ser protagonista de uno de los más sanguinarios episodios de violación a los derechos humanos sufridos durante la dictadura. Ocurrió seis meses después de la derrota del plebiscito del 80, en la madrugada del 27 de junio, octavo aniversario del golpe de Estado, cuando 20 adolescentes fueron detenidos en la sede de la Dirección Nacional de Información e Inteligencia (DNII), en la calle Maldonado.


El escalofriante relato de lo ocurrido fue denunciado por el senador José Germán Araújo en el Parlamento y relatado por Samuel Blixen en Brecha. “Yo soy el jefe, soy el que mando. Yo hago lo que quiero. Los cojo, los mato”, fueron las primeras palabras de quien llamaban ‘Chimichurri’, que en los 41 días siguientes torturaría a todos, sodomizaría a los varones y violaría a las mujeres. Prefería a las vírgenes.






Pájaro impune


Miembro de la logia militar Chucrut, Silveira fue ascendido a coronel tras la reinstitucionalización del país. Estaba conectado con el Partido Colorado, con el sector del propio presidente Julio María Sanguinetti. Y aunque fue desplazado durante el gobierno de Luis Alberto Lacalle, resurgió con el segundo mandato de Sanguinetti en el Estado Mayor Personal del comandante en jefe, Fernán Amado, en 1996.


El 16 de diciembre de 1988, Silveira fue uno de los militares a los que el fiscal militar, coronel José Sambucetti, “interrogó”, por orden de Sanguinetti, en “cumplimiento” del artículo 4º de la Ley de Caducidad. Se le preguntó si estuvo en Buenos Aires, si conocía a varios desaparecidos, entre ellos Gerardo Gatti y León Duarte. Todas sus respuestas fueron una breve frase que resumía su impunidad: “Que no”.


La carrera militar de ‘Pajarito’ Silveira finalizó en el año 2000, cuando en una de sus primeras decisiones el nuevo comandante en jefe, Juan Geymonat, lo relevó de su cargo y lo dejó sin destino. En setiembre de ese año pasó a retiro y fue homenajeado por sus pares en el Círculo Militar, que aquella noche también celebraron que el presidente Jorge Batlle negara información a la justicia argentina sobre ocho militares denunciados por violaciones a los derechos humanos. Silveira era uno de ellos.


El miércoles 5 de setiembre de 2001, en el Día del Retirado del Ejército, el coronel Jorge Silveira fue uno de los condecorados por el comandante en jefe Carlos Daners, quien le entregó una medalla de agradecimiento “por los servicios prestados” y lo señaló como “un ejemplo a seguir”. Pero a partir de su retiro, ‘Pajarito’ perdió su poder en el ámbito militar, en el político y aun en el empresarial.






Pájaro escrachado


Tras el hallazgo de Macarena Gelman, Silveira sumó su preocupación a la de otros represores conocidos como el “Grupo del Aquelarre” que habían sido denunciados internacionalmente y requeridos desde Argentina, España e Italia. Para colmo también fue implicado desde Brasil en el asesinato del ex presidente João Goulart.


Sus problemas comenzaron a agravarse el lunes 27 de octubre de 2003 cuando el diario La República publicó por primera vez su rostro gracias a una foto tomada por el reportero gráfico Sandro Pereyra en la puerta del Círculo Militar. “La puta que los parió, me estaban esperando y me sacaron fotos”, estalló aquel día en el que, desesperado, volvió a refugiarse en el club castrense, al perder la impunidad de su anonimato público.


En diciembre de 2003 se acuarteló en una unidad militar para no concurrir a una citación del juez Alejandro Recarey, que había procesado al ex canciller Juan Carlos Blanco por la desaparición de Elena Quinteros. ‘Pajarito’ fue ‘escrachado’ por la organización Plenaria, Memoria y Justicia en la propia puerta de la base de Artillería Nº 1 donde se había refugiado.


En enero de 2004 volvió a ser ‘escrachado’ cuando en el balneario Aguas Dulces fue reconocido y se colgaron carteles advirtiendo sobre su presencia. El propio Silveira, posiblemente armado, y acompañado por otra persona, desafió a los veraneantes y sacó a plena luz del día los carteles que lo señalaban como violador de derechos humanos. Aún mantenía su impunidad.






Pájaro enjaulado


En mayo de 2006, Silveira y otros cinco represores fueron encarcelados en forma preventiva ante un pedido de extradición solicitado por la justicia argentina. Finalmente, Silveira y sus compinches terminaron procesados el 11 de setiembre de 2006 por la desaparición en Argentina, en 1976, del uruguayo Adalberto Soba. Desde entonces se encuentra en la cárcel construida en una unidad militar de la calle Domingo Arena.


El presidio no le ha sido fácil a Silveira. Desde un principio quedó distanciado del resto de los militares y policías encarcelados. Terminó compartiendo celda con el dictador Gregorio Álvarez, tras su procesamiento en diciembre de 2007, y sufrió un ataque de depresión que lo llevó a realizar una mediática huelga de hambre en febrero de 2008, para no ir a declarar ante la justicia por el caso Elena Quinteros.


El episodio finalizó cuando el propio arzobispo, monseñor Nicolás Cotugno –quien había sido presidente de la Comisión para la Paz–, aceptó recibir su confesión en la capilla del Hospital Militar donde Silveira había sido internado. En abril de ese año fue interrogado por el juez Juan Fernández Lecchini, ante quien negó haber dicho que el destino de Elena había sido responsabilidad de Gavazzo, quien lo acusó de traidor.

Ahora, ‘Pajarito’ Silveira vuelve a reincidir en el ayuno como protesta, porque se dice inocente de los cargos que se le imputan. Abandonado por su esposa y su familia, Silveira otorgó una entrevista telefónica a Canal 12 en la que sostuvo que reclama someterse a un polígrafo para probar sus dichos. Quizás habría que concedérselo, para preguntarle sobre todos sus otros crímenes una vez que quede sin efecto la Ley de Caducidad.

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