miércoles, 29 de febrero de 2012

La luz para Chiquito Perrini




EL ECO de COLONIA sábado 25 de febrero de 2012

Caso Perrini: la jueza Mariana Motta no hizo lugar a la prescripcion de los militares indagados

Las razones de la magistrada se fundan en el hecho que estamos en presencia de delitos de Lesa Humanidad y que el caso habia quedado fuera de la ley de caducidad por disposicion del Poder Ejecutivo de principios del año 2011.

Ahora la causa judicial seguirá su curso aunque la defensa de los militares puede recurrir ante la Suprema Corte, pero esta muy claro que no habra lugar para que la misma prospere.
A nivel judicial ha trascendido que en los proximos dias deberan comparecer ante los magistrados que instruyen la causa algunos de los militares responsables de la muerte de Aldo “Chiquito” Perrini, entre ellos el General retirado Pedro Barneix, y los dos medicos militares (doctores Francisco Solano y Eugenio Visca) que prestaban sus servicios en las sesiones de torturas a los que eran sometidos los detenidos en el batallon de infanteria nº 4 de Colonia.


A 38 años de su detención - La luz para Chiquito Perrini
Se cumplen 38 años desde que Aldo Perrini fuera detenido por las Fuerzas Conjuntas, en el brazo de los oficiales del Cuartel de Colonia. Han pasado 38 años desde que los militares se lo llevaron de su casa en Carmelo. Ahora el caso está en la Justicia y en breve se conocerá el veredicto final.
EL ECO presenta una edición especial con las declaraciones de un exsoldado testigo de la barbarie; los puntos más importantes del expediente militar y la palabra del doctor Oscar López Goldaracena.
Habrá justicia y se sabrá la verdad sobre la muerte de Aldo Chiquito Perrini. El archivo de la Justicia Militar no deja lugar a dudas: firmado por su puño y letra, los propios militares reconocen que las heridas que tenía era por el “trato riguroso que se le daba a los detenidos”.
El mes de febrero de 1974 quedó registrado para siempre en Carmelo. Una razia militar detuvo y encapuchó a jóvenes carmelitanos de entre veinte y treinta años. Estos jóvenes eran considerados “sediciosos” por el simple hecho de haber votado al Frente Amplio en las elecciones de 1971. Algunos fueron señalados por los informantes que el gobierno tenía en la ciudad y otros fueron nombres arrancados bajo tortura a otros presos políticos. Reconocidos vecinos fueron detenidos ese día junto a Chiquito Perrini.
Los mandaron al batallón en dos tandas, una salió al mediodía y la otra a la noche. Entre los consultados se recuerdan 11 con claridad: Carlos Balladares, Miguel Molfino, Carlos Thomas, Daniel Conde, Jorge Ferrari, Juan José Castillo, Ruth y Noemí Castillo, Carlos Pereira, Roman Chipolini, José Valente. Todos, al igual que aquellos que han sufrido el terrorismo de Estado en cualquier parte del mundo, son sobrevivientes de la barbarie militar. Pero Chiquito Perrini, con su muerte, se convirtió en el símbolo del sadismo en esta parte del país.
Su intento por defender a las jóvenes presas que eran violadas por los soldados del cuartel y el grito de “¡¡helado, helado!!” , el último que se le escuchó decir, forman parte de la historia que el año pasado se comenzó a desandar en la búsqueda por la verdad acerca de su muerte.


Los caminos a la verdad
Para entender el caso de Aldo Perrini y el hecho de que hoy, 38 años después, se continúe en la búsqueda de una verdad que siempre estuvo ahí, al alcance de la mano, es necesario mirar el pasado inmediato.
Aldo Perrini fue detenido el 26 de febrero de 1974 en su domicilio por personal militar, y fue trasladado al Batallón de Infantería Nº 4, donde fue “brutalmente” torturado. “Se ensañaron con Chiquito”, afirman los testigos. Cuando se desvaneció y Pedro Barneix, el militar a cargo del “interrogatorio” llamó al doctor, ya Chiquito estaba muerto (ver testimonio aparte); luego vino el simulacro de traslado hacia el Hospital Militar de Montevideo.
Dos días después, su cuerpo fue entregado a su familia en Carmelo, donde se realizó el velatorio y posterior sepultura en el cementerio de la ciudad. Su muerte marcó para siempre a la comunidad carmelitana.
Pero el tiempo pasó y el miedo se había instalado en la comunidad, en el país. El gobierno militar informó que había muerto “el presunto sedicioso” Aldo Perrini y el hecho, como tantos otros, fue guardado en un cajón por el tiempo.
Con el fin de la dictadura y la erupción de las denuncias sobre violaciones a los derechos humanos, la injusta y trágica muerte de Chiquito no fue aclarada. Primero, por la aprobación de la Ley de Caducidad y también porque su familia había cerrado su círculo y no deseaba ivestigar.
Recordamos que en la vieja Heladería Perrini, a mediados de la década del noventa, quisimos realizar una entrevista a su ex esposa, Susana Santamaría, quien con hondo pesar se negó, diciendo junto a su hijo Piero (hoy denunciante) “la memoria de Chiquito es sólo de nosotros, sólo de nosotros...”
El tiempo pasó, en Carmelo la muerte de Chiquito permanecía envuelta en una nebulosa que era necesario descorrer. Y en el año 2010 Piero Pepe Perrini dijo “yo quiero saber qué pasó con mi papá, quiero saber cómo murió y quiénes son los responsables, pero no sé qué camino tomar”, dijo a EL ECO. Ese camino se llamó Oscar López Goldaracena, especialista en estos casos y profesional sensible ante quienes sufrieron directa o indirectamente la muerte y la tortura.
Y así, el 10 de noviembre 2010, junto al abogado López Goldaracena, Piero Perrini realizó la denuncia penal por la muerte de su padre Aldo Perrini Guala, la cual quedó en manos de la jueza Mariana Mota y la fiscal Ana María Telechea.

El caso hoy
El próximo viernes 2 de marzo, en calidad de indagado, el general Pedro Ramón Barneix, jefe del S2 y encargado del interrogatorio de Aldo Perrini, declarará ante la juez Mariana Mota. Luego, el 6 de marzo, ante la misma magistrada, estarán presentes los doctores militares Eugeno Visca y Eduardo Solano, acusados de ser los profesionales encargados de determinar hasta dónde los presos podrían resistir la tortura (ver nota aparte).

Daniel Roselli
Oscar López Goldaracena y el caso Perrini
“Está llegando a una etapa clave”
El doctor Oscar López Goldaracena afirmó a EL ECO que con las indagaciones del general Pedro Ramón Barneix y de los médicos militares Emilo Visca y Eduardo Solano, se está en la etapa final del caso de Aldo Perrini y espera “el procesamiento de los indagados”.
El próximo viernes 2 de marzo el general ® Pedro Barneix deberá contestar ante la jueza Mariana Mota cómo murió Aldo Chiquito Perrini en aquel interrogatorio en el cual el militar estaba a cargo. Por supuesto que Barneix, seguramente, se remitirá a sus dichos en el expediente militar, sin embargo, existen pruebas suficientes de la práctica de torturas hasta casi el exterminio. De los límites entre la vida y la muerte se encargaban los médicos que el martes 6 también declararán ante la jueza Mota.
Consultado por EL ECO, el doctor López Goldaracena afirmó que “el caso está llegando a una etapa clave en la indagatoria. Por un lado se rechazó el pedido excepción de prescripción (del general ® Pedro Barneix) y continúa la investigación. Y ahora estaremos a la espera de las declaraciones del general Barneix, de Perdomo y de los dos médicos militares”.
El abogado Goldaracena supone que ahora se terminarán las indagatorias y “a mi juicio ya habría elementos de convicción suficientes para que la fiscalía se expida pidiendo el procesamiento de los indagados”. Pero agregó que “debemos estar a los resultados de las audiencias”.
Al final, López Goldaracena reflexionó: “La aparición del expediente militar es un hecho sumamente importante, que confirma lo que ya han declarado infinidad de testigos, pero, fundamentalmente, deseo extraer dos aspectos que la opinión pública profundice: Uno de ellos es que la tortura fue un método sistemático aplicado por el terrorismo de Estado. Debemos recordar que ya ha habido confesiones de otros militares e incluso ya las han hecho públicas. Tengo presente el libro del prófugo, capitán de navío Jorge Tróccoli, (el libro está titulado La ira del Leviatán) donde en forma expresa dice que nadie daría algo gratuitamente y por lo tanto justifica lo injustificable: la tortura”.
“El otro plano es la cultura de la impunidad generó el silencio de la sociedad, frente a este hecho. Y yo quiero creer que no todos los militares participaron en la tortura. Y que si existe un pacto de silencio ya se está rompiendo”.

Entrevista de Daniel Roselli –
Desde adentro: un exsoldado cuenta el horror en el Cuartel de Colonia

Cuando caía el sol y la noche se cernía en el Batallon de Infantería Nº 4 de Colonia, los supuestos sediciosos ya no eran dueños de sus vidas, ni de sus cuerpos. Pasaban a estar disposición de “los elegidos”, militares encargados de ejecutar las torturas...
Corría el año 1974 y el horror estaba metido en las barracas del Batallón de Infantería Nº 4 de Colonia. “A Chiquito Perrini lo mataron en el cuartel, en la sala de torturas; le dieron magneto con un teléfono viejo”. Y a las mujeres que estaban presas “les ponían el pito por atrás… se desmayaban, se caían al piso, lo hacían para divertirse, yo una vez entré y los encontré en ese juguete”. Estas palabras son parte de una larga charla que EL ECO mantuvo con Eduardo, un exsoldado que estuvo dieciocho años cumpliendo servicio en el ejército y la mayor parte en el Batallón de Colonia.
Cuando Eduardo ingresó al ejército en el año 1964, no se imaginó lo que llegaría a vivir. Jamás habría pensado que años más tarde, tras las puertas del Cuartel de Colonia, algunos de sus compañeros de armas se divertirían verdugueando “a los pichis” o violando mujeres. “Había un sargento (dio el nombre) encargado de la guardia de las mujeres que las ofrecía: ‘¿Querés coger’?, agarrá una y llevala para el baño’”, decía.
Han pasado casi cuarenta años y Eduardo no olvida. “A los que hacían cualquier cosa, que ni te imaginás, los veo en la calle y me digo para mí: ¿cuándo reventarás?, porque no tienen derecho a vivir… están como vos o como yo, no sabés, no sabés”, dice ahogado Eduardo, y su voz tiende a quebrarse, pero inmediatamente se recompone. “Yo te puedo decir todo. Porque los milicos cuentan todo en la guardia. Sé quiénes son todos los que torturaron, todos los que cagaban a palos a “los pichis”, como decían ellos, y que hoy andan boyando en la calle”.
Con Eduardo nos reunimos una tarde y las personas que pasaban a unos metros de nosotros no tenían idea de que allí estaba saliendo a la luz la peor historia del Cuartel de Colonia. Allí, este hombre buceaba en su mente y los recuerdos golpeaban en su cabeza, donde se escuchaba nuevamente el ruido de los motores de los camiones trayendo gente, “yo tenía terror de que trajeran a mi gente, de mi ciudad. Y un día aparecieron, y yo me volví loco”.


Un testimonio
Lo que EL ECO pone sobre el tapete es el testimonio de un soldado del ejército con dieciocho años de servicio. Aquí Eduardo, a través de sus expresiones y sus palabras, nos lleva a un pasado de horror, de vejámenes, de hondo dolor sufrido por hombres y mujeres víctimas del terrorismo de Estado. No es un testigo que sufrió la tortura, sino uno que estuvo del lado de los fuertes, de los que tenían la sartén por el mango.
Ahora, cuarenta años después, con valentía cuenta lo vivido. Es un hombre que tiene el coraje de sacar la verdad a la luz, un hombre que en las ruedas de mates y en las guardias escuchaba, entre risotadas y violencia cobarde, cómo un grupo de hombres martirizaba hasta la muerte a otros de su misma especie. Lo que cuenta no es la tortura para obtener información, sino el tacho, la picana, las violaciones, los puñetazos ejecutados solamente para el disfrute de aquellos soldados de la patria...

—Siendo de esta zona, ¿por qué te fuiste del Cuartel de Colonia?
—Me fui corrido por oficiales que me hicieron la vida imposible, no me podían ni ver. Ellos sabían que mi padre era portuario, de sindicato. Sabían que en mi familia había gente que militaba en el Frente Amplio.
—La represión era para adentro y para afuera, pero ¿quién se dedicaba a la tortura en el Cuartel?
—Había un grupo especial que se encargaba de los presos políticos. No era toda la unidad. Según ellos, era un grupo especializado al que los habían adoctrinado. La unidad salía cuando esa gente salía a buscar gente. Pero uno iba como zapallo en un carro. No sabíamos adónde ibas. A mí una noche me llevaron a Mercedes y no sabía qué estaba haciendo. Y era cuando el lío del Espinillo.

—Hacían detenciones y razias sin cesar...
—Por aquellos días comienzan a traer gente y a traer gente… conversando con un soldado viejo, yo le decía: ‘Tengo terror por mi gente, por mis hermanos’, porque mis hermanos de la vida figuraban todos... Y ya habían traído al Vasco Alhers. Tenía terror, porque igual traían por foto...

—¿Cómo llegaban?
—Yo vi desembarcar camiones y camiones en la Plaza de Armas del Cuartel. Cando te subían al camión ya te ponían un número en la espalda y eras un sedicioso. Los bajaban cerca de donde era un depósito de armamento.
—Para saber más del caso Perrini, necesito acercarme a la ciudad de Carmelo. ¿Vos estabas presente cuando lo trajeron de esa ciudad?
—Siempre estuve, siempre estuve, yo estaba en la brigada. Nosotros hacíamos servicio de 24 (horas), porque era muy poca la gente que quedaba. Entonces, igual estaba en la madrugada y salía el camión, el ropero: un camión todo cerrado que lo dejaban afuera de las ciudades. Primero entraban en otros vehículos particulares, sacaban a la gente y luego los cargaban; vamos a suponer si iba a Carmelo el camión quedaba en la lechería o a la entrada del casino y después iban a buscar los otros. Y era la gente especializada que hacía esto. Los milicos lo único que hacían era cuidar en el camión, o en el perímetro del camión estar tirados entre los pastos, entre los campos.
Cuando venían los camiones de madrugada con cierta cantidad de gente, los ponían de culata en la Plaza de Armas, y para bajar a los detenidos los empujaban hasta con el pie, como quien tira un tanque. Los tiraban como una bolsa de papas… ¿vos sabes lo que es caer encapuchado, con las manos atadas? A eso lo mamé, a eso lo vi todo. Yo vi cuando trajeron a Gustavo Pisciotano, cuando trajeron a Rosa Cabrera, cuando trajeron a las hermanas Castillos, cuando trajeron a aquella gurisa que era menor de edad todavía, de apellido Alberti.
Yo quisiera que les preguntaras a ellas si estoy mintiendo. Porque de noche yo agarraba el termo y el mate, me hacía el cancherito, recorría esos lugares, y una vez vi que a mujeres las agarraban de atrás y le colocaban el pito. Hay mujeres que llegaron a desmayarse y caer.
—Después de que eran torturados por primera vez, ¿adónde llevaban a los presos?
—Al ablande: en un lugar habían hecho parcelitas de un metro divididas con un fardo de alfalfa, y la persona sentada, encapuchada, pasaba los días, esperando anda a saber qué. Ellos decían que los tenían en el ablande, pero ya habían pasado por la sala, por el interrogatorio; era como un premio que te llevaran allí.
—Relátame lo que recuerdes de lo sucedido con Chiquito Perrini: su llegada, su estadía en la cárcel y su muerte.
—Cuando trajeron a Chiquito Perrini les dije que él no tenía nada que ver. ¿Sabías que Chiquito ni militante era? Lo bajaron del camión bien, perfecto, entonces había un proceso a seguir. Los médicos lo tenían que revisar, ver en qué estado venía… El médico que estaba era el Chancho (Eduardo) Solano y en esa época estaba encargado de los servicios el Oso (Pedro) Barneix, el encargado del S2, donde estaba la gente detenida. Los encargados del operativo eran unos veinte, más o menos. Con esos no se podía tener problemas. Si a vos te veían en la calle, y tenías un problema, venían y decían en el cuartel que te veían cara de sospechoso, y venías para adentro.
Bueno… a Chiquito lo llevan, lo atan, le ponen una capa grande, yo lo vi a eso, le ponen la capa de un poncho, y lo llevan para la instrucción primaria, que había sido vaciada, que quedaba frente al casino, y pegado a la cantina y al hueco que era la bajada de la sala de torturas. A eso de las seis de la tarde viene un milico, que aún vive, y que le cuidaba el caballo a Bucana Hontou, que era el jefe de Brigada. Y el loco entra y dice: “trajeron un pichi, otro nuevo, che”. “Hay uno ahí”, le respondieron. “¿Este es, che?, ¿está para el ablande?”, preguntó. Entonces le dijeron que sí. “Dejalo quieto”. Entonces ese soldado (da su nombre), y lo sé porque él mismo lo contó en la guardia después, y fue lo peor que pudo haber hecho, porque a mí me quedó clavado en la cabeza como un puñal, agarra y le pega unas piñas en la panza, y Chiquito ya estaba tocado en la panza, ya estaba todo machucado, porque en el viaje cuando lo traían lo habían tocado… el milico para hacerse el vivo, para ganarse al oficial, lo golpeaba en el camión… Pero este milico dijo que le pegó dos piñazos, entonces Chiquito, con la cabeza levanta la capa, estirándose, y lo alcanza a ver, y ve la inmundicia que le había pegado, la inmundicia que le había pegado (repite), porque yo hubiera hecho lo mismo, y entonces lo miró y lo levantó en la pata. Entonces, el milico salió corriendo y le dijo al capitán que el detenido le había pegado: “el pichi”, como decían ellos, le había pegado una patada en el culo. “Un pichi me pegó, un pichi me pegó…”, no dijo que él le había pegado primero, porque a ese milico no le correspondía estar ahí.
Entonces a Chiquito lo sacan, diciéndole “así que estás de malo…”. Todavía no había visto médico, no le habían hecho el chequeo para ver si se le podía dar, porque si llega un tipo enfermo del corazón estás propenso a que se muera. Entonces lo sacan y lo pasan abajo, se prende la radio, y traen a la gente; los que estaban encargados eran el Oso Barneix y el Flaco Puigvert… Cuando le hacen el interrogatorio, a Chiquito lo mojan (le hacen el submarino en el tacho), y después le ponen bolsas de agua en las manos, y con un magneto de teléfono de campaña le dieron manija y manija y no le aguantó el corazón. Le dieron la primera y no aguantó la segunda. Cuando quisieron acordar, el tipo se les muere.
Me contaba uno que estaba allí adentro que se pusieron como locos cuando vieron que estaba muerto: eso era un hormiguero, salieron corriendo. Y todo el mundo adentro, dieron la orden de que nadie podía salir de las compañías, todo el mundo adentro. Todos sabíamos que algo grave había pasado, porque ellos no disimulan, “a ver la ambulancia, la ambulancia…”, “dónde está fulano, donde está mengano…”, gritaban. Luego lo sacan ellos. Salen con él para Montevideo, pero antes de llegar a Nueva Helvecia, comunican que había fallecido. Pero Chiquito murió adentro del cuartel. Lo mataron adentro, en la sala de interrogatorio lo mataron. Y lo sacaron para decir que había fallecido en el camino… regresaron enseguida, rapidísimo… Chiquito murió adentro del cuartel, lo mataron en la sala de torturas…
—¿La gente de la ciudad de Colonia sabía lo que sucedía en el Cuartel?
—Sí, mucha gente sabía. Hoy todavía la gente me cuenta, “yo vi aquello, yo vi esto”. Yo lo que tengo es que no trabajo para nadie, trabajo para mí mismo. Yo no le pido nada a nadie. Yo nunca pisé más en la vida el Cuartel de Colonia.
—El sufrimiento humano ahí es difícil de describir…
—Y yo que fui un soldado, pero qué me decís para esa gente que cayó ahí adentro. Fue increíble. Te puedo contar mil cosas. Y me quedó para siempre la cara de satisfacción de ellos: “Traemos siete pichis, traemos ocho pichis”. Era un jolgorio, porque traían a unas personas. Los del grupo especial querían estar, querían participar de los operativos, mataban a la madre igual. Les habían lavado tanto la cabeza que ellos tenían que desconfiar hasta de la madre.
—¿Buscaban ascender?
—No, no era tanto por el ascenso, sino que querían ser figuras, ser protagonistas y que el oficial hablara bien de ellos, que dijera “qué guapo que es mengano”, “qué guapo que es sultano”. Y los milicos no se daban cuenta de que los oficiales no entraban nunca primeros cuando iban a sacar gente de una casa. ¿Sabes por qué? Porque tenían miedo de que los maten. Y mandaban a los milicos primero, y cuando no, se quedaban a quinientos metros, en un jeep.
—¿Y quién decidía a quiénes había que detener?
—El oficial encargado del S2, el oso Barneix, los oficiales encargados…
—Por los nombres que les arrancaban a los detenidos…
—Y por las informaciones que venían de afuera… mirá que venía mucha información, y mucha errada, por supuesto. Mirá que había muchos soplones.

—¿Cuántos militares torturaban en el cuartel?
—Había un plantel de unos veinte más o menos; se relevaban entre ellos, de acuerdo al cargo que tenían. Los que trabajan en la sala de interrogatorio, en los ablandes y eso, eran los elegidos. Son gente que anda boyando entre nosotros, teniendo los mismos privilegios que nosotros, respirando nuestro mismo aire, que no puede estar, no puede estar…
—El martirio en la sala de mujeres era atroz... ¿Qué sabés de lo que pasaba allí?
—Todo, todo… Había un tipo, que era sargento, el encargado de la guardia de las mujeres, que las sacaba y se las llevaba al baño y abusaba de ellas. Las milicas hicieron hacer hasta abortos adentro, porque llevaban el control en un cuaderno cuando menstruaban las mujeres y si no les bajaba les llegaron a hacer abortos en el cuartel. Ese señor que abusaba era sargento, dos cabos más que entraban, que eran los encargados de las guardias, también abusaban de las mujeres… Eran todos especiales, para el resto del personal eran como comandantes por los privilegios que tenían; andaban de civil, se vestían de milicos sólo para entrar a hacer la guardia. Y a las guardias dejaban entrar a quienes ellos quisieran; con textuales palabras: “¿Querés coger?, llevala al baño”. ¿Sabés lo que era eso para las mujeres? Temblaban como varas verdes, estaban encapuchadas todo el día, era una tortura continua…
—¿Presenciaste torturas en la sala?
—No, vos sabés que no… Gritos sí sentí. Siempre torturaban de madrugada. Cuando vos sentías la radio estaban torturando. En el día se hacían charlas, y preparaban el estofado para la noche. Se decían: “Hay que traer a este porque tiene más información”. Y hay gente que no resistió, y qué les vas a decir… Le metían un palo en el culo y no aguantaban… Además los trampeaban: “vos conocés a sultano”, “vos conocés a mengano”, trataban de exprimirlo lo que más podían.
—¿Cuál fue la tortura que más aplicaron?
—El tanque y la famosa madera. Había una mesa y arriba un rollo de madera y un tablón. Acostaban a la persona encima del tablón, éste resbalaba sobre el rollo y el preso caía dentro del tacho (el submarino). A los presos los bajaban atados, la madera pasaba arriba del rollo y caía al tanque. Es la tortura peor, peor, peor… Después estaba el ablande…
Interrogaban con un foco en la cara del detenido, y ellos tres o cuatro atrás y el escribiente. Y lo que más querían era que el detenido volteara gente, que conocía más gente, más gente y cuando una persona negaba y se cerraba, ellos más se ensañaban, más le daban…

—En el peregrinaje por los cuarteles, ¿supiste de algún enterramiento clandestino?
—No, no, sino te digo ya debajo de qué lata está fulano. Aquí en Colonia lo que no se vio, y te doy el cien por cien de garantía, fue movimiento de tierra. Lo único que se hizo fue un pozo, porque murió electrocutado el caballo del general Hontou, y lo enterraron en el cuartel. Más te digo, el caballo se llamaba Paysandú. Fue lo único.
—¿Traían presos de Montevideo?
—Por lo general, no. Hubo poco tráfico. Capaz que alguno para arrancarle una información. El único que tuvieron en Colonia fue al Rufo (Raúl Sendic). Lo trajeron de Durazno, y había una persona sólo para cuidarlo, porque era crudo, que se podía pelar…
—Cuando estuviste en otros cuarteles, ¿encontraste situaciones similares?
—Lo más grande y lo más feo que vi fue en Mercedes, en la cancha de pelota de mano, cuando traían a la gente del Espinillo. Los traían y los tiraban. Comida no recibían. Trajeron a un hombre de Juan Lacaze, Collazo de apellido, al que lo había mordido una víbora, tenía una pierna así (gesticula), tenía una infección tremenda, entonces, el oficial que estaba a cargo de nosotros, para hacerlo sufrir, mandó a que le pasaran un cepillo con jabón y le sacaban la sangre. Sin querer le salvaron la pierna.
—¿En la guardia no conversaban sobre que lo que sucedía era una injusticia, que no debía suceder?
—Te explico: había gente bien, personas bien que no los cambiaba que fueran soldados: el tipo cumplía su función y nada más. Creo que si a esa gente la hubieran mandado a pegar o a torturar no creo que fueran. Era gente que estaba en el ejército por la necesidad del laburo que tenían.
Oficiales del S2
Obra en poder de EL ECO una lista de oficiales y soldados que brindaban servicios en el S2 en el batallón de Infantería Nº 4 de Colonia. Ellos se encargaban de los interrogatorios, manejo de la información y represión a los presos y presas políticas. Sólo publicamos el nombre y rango hasta que la Justicia, si lo investiga, defina las responsabilidades. Algunos son:
Capitán y responsable del S2: Pedro.
Sargento: Carlos
Sargento: Hugo.
Cabo de 1ª: Nelson.
Cabo de 2º: Walter.
Soldados: José, Albino, Juan José, Luis y José.



Declaraciones, estudios y análisis
Los milicos y su locura llamada Justicia Militar
Plagada de testimonios, conjeturas y estudios científicos, los militares elaboraron un expediente alrededor de la muerte de Aldo Perrini que tiene ribetes de ciencia ficción. Parece una locura pensar que quienes estaban a cargo del interrogatorio, con un detenido lleno de hematomas, “por su honor” declaren oficialmente que el preso nunca fue violentado.
Allá por los años 1970, 1980, para salvar al país de la subversión, en el Cuartel de Colonia estaban preparados y “a la orden mi general”. Se sentían poderosos e impunes para torturar a los detenidos con el tacho o submarino, para dar choques de electricidad, para golpearlos hasta el desmayo o para violarlos en formas continuas (ver testimonio).
Pero no estaban preparados para la muerte. Los detenidos debían sufrir, por supuesto, pero para que todo transcurriera en forma normal era muy importante que el doctor Eduardo Solano lo chequeara y dijera hasta qué punto el detenido podía resistir la tortura. Por ello, la muerte de Aldo Perrini los descolocó. Y quisieron justificarlo elaborando un expediente infame, donde declaran los responsables de su muerte. Y los oficiales involucraron a la tropa, y así, soldado tras soldado, “por su honor y por la patria” explican ante la justicia militar las que podrían haber sido las causas de la muerte. Justificaciones del tipo “los hematomas pueden haber sido por el trato riguroso a los detenidos”, o “los detenidos se golpean contra la pared” forman parte de este expediente que, si no fuera porque involucra una muerte, parece escrito en broma.
El “buen estado general” y la “muerte por stress” de Aldo Perrini
En el expediente de la Justicia Militar figura el análisis que se le hizo al cuerpo de Aldo Francisco Perrini Guala. Es que el resultado enviado al coronel Santiago Acuña, encontrado en el Cuartel de Colonia, expresa:
“De acuerdo a lo solicitado cúmpleme informar a usted que se ha practicado el estudio necrópsico en el día de hoy (4 de marzo de 1974) en el cadáver de Aldo Perrini, de sexo masculino y aproximadamente de 34 años, con buen estado general. El examen externo muestra múltiples hematomas y equimosis en parte exterior de tórax y abdomen, especialmente en hipogastrio y genitales externos. Múltiples hemorragias en el panículo adiposo subyacente, equimosis en ante brazo inferior derecho y ante brazo izquierdo”.
“El examen interno practicado enseña pulmones parcialmente distendidos, congestivos, con hemorragias subplearal, especialmente izquierdo”. El análisis continúa mencionando el estado del cuerpo en términos técnicos y finalmente el doctor José Maupone, jefe del Servicio de Anatomía patológica, concluye: “En resumen: del estudio que antecede surge como causa de muerte el edema de pulmón, originado en el stress”.

Muere en el viaje con la firma del doctor Eduardo E. Solano García
El doctor Eduardo Solano relató así su participación en la muerte de Aldo Perrini: “Cúmpleme informar que el día 3 de marzo, siendo aproximadamente la hora 17.30, recibí una llamada telefónica de la Unidad en el que se solicita mi presencia inmediatamente en la misma.
Al llegar se me comunicó que había un detenido en la sala de interrogatorio, con pérdida de conocimiento. Al comprobar su estado decido su traslado a enfermería para su mejor atención. En dicho lugar, compruebo que el enfermo estaba en estado comatoso, por lo que se solicita su traslado inmediato al Hospital Central de las Fuerzas Armadas. Se dispuso mi presencia durante su traslado; a la vez solicité la presencia de un enfermero con equipo de emergencia y oxígeno”.
“En el transcurso del viaje y aproximadamente a la altura del kilómetro 110 de la ruta 1, el pulso del detenido se debilita y se constata presión arterial de 7 y al intentarse medicación hace un paro cardíaco, siendo en vano los masajes practicados, por lo cual hago detener el vehículo y le comunico dicha novedad. Se decide continuar el viaje a los efectos de entregar el cuerpo en el Hospital Central, para la realización de la autopsia”.
“Al llegar a Sanidad Militar es recibido el cuerpo por los médicos de la guardia, los que constatan el fallecimiento”.
“A las 2.30 del día de los corrientes es requerido mi presencia para la realización de la autopsia, llegándose al diagnóstico de ‘Edema pulmonar por stress’”
Los presentes en el interrogatorio: Pedro Ramón Barneix
“Cúmpleme informar a usted que el día 3 de marzo, siendo la hora 17, fue llevado a la sala del interrogatorio el presunto sedicioso Aldo Francisco Perrini Guala”.
“Se encontraban presentes en la misma el señor capitán don José A. Baldean y el Tte. 1º. José T Puigvert y el suscrito (Pedro Ramón Barneix).
Durante el transcurso del interrogatorio el presunto sedicioso que se encontraba de pie sufrió un desvanecimiento, procurando por parte del suscrito la reacción del mismo, ordenándole al Sr. Capitán Baldean y al Tte. 1º José Puigvert que llamaran al enfermero y posteriormente al médico de la Unidad”.
“Posteriormente, ante la llegada del médico, éste dispuso el traslado del detenido a la enfermería para su mejor atención”.

Interrogatorios: con capucha y cansados
El capitán Rubén Bonjour, que oficiaba de juez sumariante, pregunta a un soldado coloniense que el 5 de marzo de 1974 tenía 28 años de edad, si en el transcurso de la guardia del 26 de febrero vio que se maltratase a algún detenido. El soldado contesta que no. El juez le pregunta si sabe las causas por las cuales el detenido Aldo Perrini Guala presentaba hematomas en su cuerpo, el militar contesta que “no sabe, pero tampoco puede individualizarlo, por encontrarse con la cara cubierta todos los detenidos, pero presume que puede deberse al trato riguroso que el personal de custodia debe mantener con los sediciosos, ya que los mismos tratan de comunicarse en forma permanente entre ellos; insultaban al personal de guardia, se mueven de los lugares asignados, por lo cual es difícil mantener el orden…”.

Otro militar interrogado
Nuevamente, con toda la teatralización ante el juez sumariante, habiendo prometido bajo palabra de honor decir la verdad, a un soldado de tropa de 32 años de edad le preguntaron si en la guardia del 3 de marzo observó maltrato hacia algún detenido, a lo que responde negativamente. Luego, al ser consultado sobre el origen de los hematomas de Aldo Perrini, respondió “presumo que los hematomas deben haberse producido por alguna caída del individuo, ya que los detenidos deben pasar de pie durante un largo período y en ocasiones se caen por cansancio”.

Los custodios
No quedan dudas de que Perrini se resistió a su injusta detención, al trato inhumano y a las torturas. Eso le valió recibir más castigo y más tortura, lo que le produjo la muerte. Se puede leer claramente en los testimonios escritos de la declaración de los militares que esa noche estaban en el Batallón de infantería No. 4 de Colonia.
En su declaración, un soldado que custodió a Aldo Perrini asegura que Perrini falleció por los golpes que él mismo se produjo: “yo lo custodié cuando fue detenido y la conducta del mismo era por demás incorrecta”, y no ahorra explicaciones sobre cómo un ciudadano atado de manos, encapuchado y mantenido durante días de plantón, pudo morir por su propia mano: “golpeaba al personal y se tiraba al suelo con fuerza produciéndose hematomas, además, le daban ataques de nervios que había que contener entre varios soldados, porque desarrollaba una fuerza descomunal”.
En su ignorancia, detalla con claridad el trato que daban a los detenidos, al igual que otro de los custodios: “yo custodié a dicha persona y cuando se encontraba esperando para ser interrogado, se tiraba al suelo y en varias ocasiones pretendió huir, lo cual motivó que se le detuviera a viva fuerza, porque se resistía y agredía a puntas de pie al personal”. Trivel dice con énfasis “sí señor” cuando le preguntan si eso explicaría los hematomas que presentaba Perrini en su cuerpo.
Otro de los soldados que esos días de oscuridad mantenían cautivo a Perrini fue Juan A. Carro, quien declara que aquél “era el detenido de más mala conducta, se tiraba al suelo golpeándose contra el mismo, insultaba y agredía a la guardia”. También el soldado José H. Rodríguez, quien confesó: “nosotros le dábamos una orden y él no la cumplía, lo cual obligaba a un trato recio, lo que pudo dar lugar a algún hematoma”.








.

0 comentarios:

Publicar un comentario

No ponga reclame, será borrado