miércoles, 3 de abril de 2013

El testimonio de Don José Solanille

Luciano Benjamín Menéndez se fastidió durante varios pasajes del testimonio de Solanille.


"Después del golpe de Marzo de 1976 me fui a trabajar como un agricultor, en un lugar junto al campo La Perla, llamada Loma del Torito. Alrededor de Mayo de ese año, vi una fosa de 4 metros cuadrados, y 2 metros de profundidad. Un domingo, vi diez o quince autos estacionarse ahi, incluyendo dosFord Falcons blancos. En uno de ellos, pude ver al General Menendez, Comandante del 3er cuerpo de la armada, a quien reconocí porque ya lo había visto antes. También había dos autobuses del ejército cubiertos con lonas en la parte de atrás, uno, con una cruz blanca pintada en esta. Un rato después, me fui a los campos, con el rebaño, y en el camino, me encontré a uno de mis vecinos, llamadoGiuntolo, quien trabajaba un pedazo de tierra cerca. Me contó que quería investigar si los rumores que había escuchado, eran ciertos, que habian fosas cerca de donde estábamos y que ahí enterraban gentes. Acepté acompañarlo, prestándole uno de mis caballos y montándome yo en otro. Conforme nos ibamos acercando al lugar cerca de la fosa que habia descrito anteriormente, vimos desde unos 100 metros, que los vehiculos que vi antes acercarse, estaban ahí. Le advertí a mi amigo Giuntolo: "Esperate, algo malo puede pasar", y nos regresamos. En ese momento, escuchamos un fuerte disparo. Cuando volteamos, nos dimos cuenta de que cerca de los autos, junto a la fosa, habia un gran numero de personas al borde, y parecia que tenían las manos atadas hacia atrás, con los ojos tapados con una tela o lentes oscuros. Al día siguiente, regresé al lugar y vi que la fosa estaba cubierta con tierra, y que había bastante tierra alrededor de ésta. Me imagino que el número de personas que fueron asesinadas enesa ocasion fueron mas de cincuenta."



 28.03.2013
La Perla: "Se escuchaban gritos de chicos que decían mamita, papito" 
 Un arriero relató al TOF 1 de Córdoba que vio más de 200 "fusilamientos y entierros" en tumbas que luego eran quemadas por los militares.
 En una nueva audiencia del megajuicio por los crímenes cometidos en el ex centro clandestino "La Perla", en Córdoba, un testigo dijo haber visto "fusilamientos y entierros" de cuerpos humanos en "pozos" que eran cavados por los militares.
Así lo aseguró ante el Tribunal Oral Federal 1 (TOF1) José Julián Solanille, un arriero que a mediados de los '70 trabajaba  para un principal del Ejército apellidado Saldivia, que arrendaba una parte del campo de La Perla para la crianza de vacunos y la producción tambera.
Solanille relató que en 1976 "transitaba permanentemente por los alrededores" del ex centro clandestino y que así pudo observar "varios fusilamientos". En uno de ellos, afirmó,  estuvo presente Luciano Benjamín Menéndez, el ex titular del Tercer Cuerpo del Ejército y uno de los 42 imputados en el megacausa.
El arriero –único testigo en declarar ayer– agregó que, desde un campo de la loma, incluso pudo observar a "más de 200 fusilados" que habían sido formados en filas alrededor de un pozo. Describió que llevaban las "manos atadas a la espalda, algunos con capuchas y con vendas" y que "todos fueron fusilados".
De acuerdo a su testimonio, era habitual que, luego de enterrar los cuerpos, las tumbas fueran quemadas y que desde su casa "sentía olores horribles del humo negro que traía el viento". Solanille también recordó que el 3 de mayo del '76 un helicóptero que volaba a baja altura llevaba colgando el cuerpo de "dos chicas muy jóvenes" sin vida.
"Yo pasaba a tres metros de los muros y se escuchaban explosiones, gritos desgarradores de cristianos", continuó el testigo. También oía "gritos de chicos que decían mamita, papito". Sostuvo que en una oportunidad presenció una "fiesta" en la que los militares obligaban a mujeres detenidas a "tomar alcohol" y luego abusaban de ellas. Entre los participantes señaló a los imputados Ernesto Barreiro, Luis Manzanelli y Héctor Acosta.
Luego del contundente testimonio del arriero, el Tribunal pasó a un cuarto intermedio hasta las 10 del próximo miércoles 3 de abril. El juicio, iniciado en diciembre pasado, acumula 16 causas e involucra a 417 víctimas de delitos de lesa humanidad.





3 de abril 2013
"Era espantoso, había mucha gente muerta, cabezas, piernas, brazos retorcidos" 
Un arriero declaró las atrocidades que vio en el centro clandestino de detención cordobés La Perla que estaba a 500 metros de su casa

Las declaraciones José Solanille, un peón rural que vivía a 500 metros de La Perla, en el centro clandestino de detención cordobés durante la dictadura argentina, impactaron en el juzgado donde fue interrogado como testigo en la causa contra militares que se lleva adelante en Buenos Aires.
El arriero hizo un relato contundente sobre las atrocidades que vio, como fusilamientos, fosas comunes, los olores de los cuerpos, los gritos de los detenidos y la presencia del general Luciano Benjamín Menéndez, quien ha negado su participación en estos hechos.
“A principios de 1976 yo vivía ahí con mi mujer y mis seis hijos ahí cerquita de la cárcel de La Perla. Desde el 24 de marzo lo que ya venía viendo empeoró: se llenó de gente la cárcel y empezaron los gritos todas las noches. Desgarradores gritos todas las noches, señor juez. Mi mujer tenía miedo, se quería ir de ahí. Pero yo no sabía dónde ir, dónde si ahí tenía trabajo. Ahí es cuando empecé a ver lo que estos atorrantes, sinvergüenzas, hijos de mala madre estaban haciendo”, dijo Solanille al iniciar su testimonio, según informa Página/12.
En el juzgado, el peón identificó a Menéndez, al “Nabo” Ernesto Barreiro; al “capitán (Exequiel) Acosta”, alias “Rulo”; a Pedro Vergez, alias “Vargas”, y a Luis Manzanelli.
En su declaración indicó cómo supo el apodo de Barreiro por parte de la mujer de un paracaidista de apellido Baigorria. “Me acuerdo que el marido tenía un Chevy amarillo. Venían y este señor dejaba a la señora, que era muy linda, en mi casa. Una vez ella salió al campo con un termo y estaba cerquita de la cárcel. Se sentían gritos. Se escuchaban muchos gritos de chicas. Entonces los dos vimos pasar a Barreiro como a unos ocho metros. Ella me dijo entonces ‘ahí va el Nabo. Vas a ver cómo se va a acabar el griterío de las putas ésas’.”
El testigo también contó que vio a Menéndez al frente de un fusilamiento masivo y dio cuenta de ello. “Estaba con otro compañero en la Loma del Torito. Habíamos visto la fosa cavada. Unos cuatro metros por cuatro. Tenían a toda la gente en dos filas. No sé, eran muchas personas. Como cien. Algunos vestidos, otros totalmente desnudos. Estaba Menéndez. El había llegado en un (Ford) Falcon blanco. Yo lo había visto. Sabía que se venía algo grande. Y ahí estaba, con su fusil. No lo vi disparar. Pero él dio la orden”.
“La gente estaba encapuchada o vendada o tenían unos anteojos... Los que no tenían nada, los que podían ver, gritaban. Unos hasta corrieron. Pero los mataron por la espalda. Ahí nos rajamos con mi amigo. Estábamos cagados de miedo. Nos habíamos arrastrado hasta arriba de la loma, pero bajamos corriendo. Después se ve que los quemaron. Tiraron explosivos. El humo con ese olor espantoso se vino para mi casa. Era insoportable. Mi mujer y mis hijos se quejaban. Era horrible”, narró.
“Huesos chiquitos”
El peón agregó que días después pasó por ese lugar y vio la fosa tapada. “Se ve que estaba muy llena, porque sobró mucha tierra”.
Además, contó que una perra que tenía llevaba “huesos chiquitos, cabecitas muy chiquitas”. Su testimonio se cortó debido a que se quebró: “Perdónenme abuelas, pero la perrita traía manitos, bracitos, batitas celestes y rosas...”, indica Página/12.
Las declaraciones de Solanille continuaron con el relato de lo que le ocurrió cuando uno de sus terneros cayó a un pozo y debió ser rescatado con otro peón y soldados. “Tenía más de 18 metros. El animalito estaba parado. Pero alrededor había muchos cuerpos. Era espantoso. Salía un olor horrible. Había mucha gente muerta. Cabezas, piernas, brazos retorcidos, una chica con el pelo despeinado, para adelante...”
“Sacamos el ternero. Un olor bárbaro tenía... Cuando volvimos después con los jueces y la Conadep, costó encontrar ese pozo, porque le habían hecho una loza de material arriba, y habían construido una casa cerca. Pero yo sé bien que ahí abajo estaba el pozo donde se cayó el ternero”, expresó.
Para el peón en el lugar había más de 200 pozos de distintos tamaños. “Eran tumbas porque tiraban a la gente adentro y siempre sobraba tierra. A veces los enterraban tan mal que las lluvias lavaban el terreno y salían los huesos... Entonces los animales los agarraban. Los llevaban a mi rancho...”
Otro de los hechos que narró Solanille era el olor de los cuerpos quemados que llegaba a su hogar. “Quemaban los pozos y, cuando había viento norte, el humo con ese olor de cristianos quemados llenaba mi casa. Con mi mujer discutíamos. Yo me había vuelto casi loco. Tanto que me fui a dormir a un rancho más adentro del campo para no tener tantos problemas. Ni una sola noche desde que vi todo eso me he podido olvidar de La Perla”, expresó, lo que fue acompañado con insultos “a estos vándalos, atorrantes, asesinos”, en referencia a los militares que estaban en la sala.
El campesino también relató que “la primera y única vez” que vio pasar un helicóptero por el centro de detención “fue el 3 de mayo de 1976”. “Iba a caballo y vi que tiraron como dos bolsas de papas. Eran dos chicas”, comentó.
“Algunas mujeres la pasaron muy mal, fueron muy maltratadas antes de que las mataran”, comentó. En ese sentido, agregó que vio “una fiesta donde habían llevado a algunas chicas y las hacían chupar vino, se las tiraban unos con otros. Era espantoso”. Señaló también que en una ocasión vio a “muchos jóvenes al sol, todos con los ojos vendados, las manos y los pies atados y, a un costado, llorando, a un chiquito de unos cuatro, cinco años”.
“Cuídeme, porque son capaces de cualquier cosa”
En el final de su testimonio, luego de que la defensa prácticamente no le hiciera preguntas, Solanille expresó mirando a los imputados: “Mire señor juez, los tengo acá, atrás, en mi espalda. Cuídeme, porque son capaces de cualquier cosa. Yo los he visto. De cualquier cosa”.
Además, pidió al “juez y los periodistas” que prestaran atención a lo que le había ocurrido: “Quiero decir que donde todos murieron, yo resucité. El año pasado, el 24 de marzo, cuando fui a La Perla, me infarté. Y si no fuera por los chicos de HIJOS, no estaría acá. Ellos me salvaron y no me morí por diez minutos, me dijo el médico. Emiliano Fessia (encargado de ese espacio de la Memoria) y los chicos me salvaron. Tanta gente que murió ahí y ahí yo resucité”, contó.
Según publica Página/12, Menéndez miró doblado sobre sí mismo al peón, con la cara descompuesta ante las terribles declaraciones del único testigo que lo vio al frente de la tortura y matanza de cientos de personas en La Perla, el campo de detenidos más grande de Córdoba durante la dictadura argentina.


TESTIMONIO CONTRA LOS REPRESORES QUE ACTUARON EN LA PERLA
“Sinvergüenzas, hijos de mala madre”

Lo brindó José Solanille, un peón rural que vivía a 500 metros del centro clandestino de detención cordobés. Hizo un pormenorizado relato de las atrocidades que allí se cometieron. Contó de los fusilamientos y de las fosas comunes.
Por Marta Platía
El arriero José Julián Solanille, de 83 años, sólo encontró en su vocabulario de campesino insultos y descalificaciones para retratar a los autores de las torturas y el asesinato de cientos de personas; para describir los hedores de los cuerpos quemados, las fosas repletas de cadáveres y los aullidos de los prisioneros de La Perla. Un sitio que distaba, según precisó al dar su testimonio en el juicio por los crímenes cometidos en ese centro clandestino de detención, “a unos 500 metros” de donde se encontraba su propia casa.
“A principios de 1976 –arrancó– yo vivía ahí con mi mujer y mis seis hijos ahí cerquita de la cárcel de La Perla. Desde el 24 de marzo lo que ya venía viendo empeoró: se llenó de gente la cárcel y empezaron los gritos todas las noches. Desgarradores gritos todas las noches, señor juez. Mi mujer tenía miedo, se quería ir de ahí. Pero yo no sabía dónde ir, dónde si ahí tenía trabajo. Ahí es cuando empecé a ver lo que estos atorrantes, sinvergüenzas, hijos de mala madre estaban haciendo.”
Entre los imputados, Solanille reconoció a Luciano Benjamín Menéndez, a quien dijo haberle “tenido aprecio alguna vez”, ya que le calzó uno que otro caballo; al “Nabo” Ernesto Barreiro; al “capitán (Exequiel) Acosta”, alias “Rulo”; a Pedro Vergez, alias “Vargas”, y a Luis Manzanelli.
Recordó cuándo escuchó por primera vez el apodo de Barreiro: fue por boca de la mujer de un paracaidista de apellido Baigorria. “Me acuerdo que el marido tenía un Chevy amarillo. Venían y este señor dejaba a la señora, que era muy linda, en mi casa. Una vez ella salió al campo con un termo y estaba cerquita de la cárcel. Se sentían gritos. Se escuchaban muchos gritos de chicas. Entonces los dos vimos pasar a Barreiro como a unos ocho metros. Ella me dijo entonces ‘ahí va el Nabo. Vas a ver cómo se va a acabar el griterío de las putas ésas’.”
Barreiro se rió como si hubiese escuchado el mejor de los chistes. Pero su mano izquierda lo traicionó con un movimiento hiperkinético sobre su rodilla. El otro que no pudo con su propio cuerpo fue nada menos que Menéndez. Su pose impertérrita, pétrea, sostenida durante los seis juicios que lleva por delitos de lesa humanidad, estalló en añicos durante el testimonio de Solanille: estuvo sentado de lado en su butaca, el torso hacia adelante, el pecho casi tocándole los muslos en dirección al arriero. No quiso perder palabra de lo que dijo Solanille. Se molestó y masculló insultos por lo bajo en algunos pasajes, y varias veces levantó la mano para replicar. El juez le ordenó silencio. Sólo le admitió una queja: que el declarante “no debe calificar a los represores”. Pero ni eso lo tranquilizó: Solanille lo vio al frente de un fusilamiento masivo y dio cuenta de ello.
“Estaba con otro compañero en la Loma del Torito. Habíamos visto la fosa cavada. Unos cuatro metros por cuatro. Tenían a toda la gente en dos filas. No sé, eran muchas personas. Como cien. Algunos vestidos, otros totalmente desnudos. Estaba Menéndez. El había llegado en un (Ford) Falcon blanco. Yo lo había visto. Sabía que se venía algo grande. Y ahí estaba, con su fusil. No lo vi disparar. Pero él dio la orden. La gente estaba encapuchada o vendada o tenían unos anteojos... Los que no tenían nada, los que podían ver, gritaban. Unos hasta corrieron. Pero los mataron por la espalda. Ahí nos rajamos con mi amigo. Estábamos cagados de miedo. Nos habíamos arrastrado hasta arriba de la loma, pero bajamos corriendo. Después se ve que los quemaron. Tiraron explosivos. El humo con ese olor espantoso se vino para mi casa. Era insoportable. Mi mujer y mis hijos se quejaban. Era horrible.”
Solanille contó que días después pasó por el lugar y vio que habían tapado la fosa: “Se ve que estaba muy llena, porque sobró mucha tierra”. También recordó cuando una perrita que tenía comenzó a llevar a la cucha “huesos chiquitos, cabecitas muy chiquitas...”. Allí se quebró. Se cubrió los ojos celestes con una de sus manos y sollozó: “Perdónenme abuelas, pero la perrita traía manitos, bracitos, batitas celestes y rosas...”

El ternero y los cadáveres en el pozo

Solanille recordó también la vez que uno de sus terneros cayó en un pozo y lo rescataron con otro campesino y unos soldados: “Tenía más de 18 metros. El animalito estaba parado. Pero alrededor había muchos cuerpos. Era espantoso. Salía un olor horrible. Había mucha gente muerta. Cabezas, piernas, brazos retorcidos, una chica con el pelo despeinado, para adelante... Sacamos el ternero. Un olor bárbaro tenía... Cuando volvimos después con los jueces y la Conadep, costó encontrar ese pozo, porque le habían hecho una loza de material arriba, y habían construido una casa cerca. Pero yo sé bien que ahí abajo estaba el pozo donde se cayó el ternero”.
El hombre dijo haber contado “más de doscientos pozos”, algunos grandes, otros más chicos. Todas tumbas. “Eran tumbas porque tiraban a la gente adentro y siempre sobraba tierra. A veces los enterraban tan mal que las lluvias lavaban el terreno y salían los huesos... Entonces los animales los agarraban. Los llevaban a mi rancho... Además el olor. Quemaban los pozos y, cuando había viento norte, el humo con ese olor de cristianos quemados llenaba mi casa. Con mi mujer discutíamos. Yo me había vuelto casi loco. Tanto que me fui a dormir a un rancho más adentro del campo para no tener tantos problemas. Ni una sola noche desde que vi todo eso me he podido olvidar de La Perla”, soltó. Y de nuevo los insultos “a estos vándalos, atorrantes, asesinos”.
Contó, además, de “la primera y única vez” que vio pasar un helicóptero por La Perla. “Fue el 3 de mayo de 1976. Iba a caballo y vi que tiraron como dos bolsas de papas. Eran dos chicas.”
Según Solanille, “algunas mujeres la pasaron muy mal, fueron muy maltratadas antes de que las mataran”. Dijo haber presenciado “una fiesta donde habían llevado a algunas chicas y las hacían chupar vino, se las tiraban unos con otros. Era espantoso”. Y también recordó un día que vio a “muchos jóvenes al sol, todos con los ojos vendados, las manos y los pies atados y, a un costado, llorando, a un chiquito de unos cuatro, cinco años”.
Solanille dejó casi sin preguntas a la defensa. Tan contundentes fueron sus dichos, a pesar de que, como era previsible, se intentó aducir “su pérdida de memoria por la edad”. Una afirmación que hizo sonreír a más de uno en la sala, considerando la minuciosidad de su relato.
Antes de terminar su declaración, memoró cuando una bala perdida casi lo mata a él: “Pero le dio a la yegüita en la que yo iba montado. Cuando me bajé, me manché con su sangre”. Furioso, volvió a darse vuelta y miró a los imputados. “Mire señor juez, los tengo acá, atrás, en mi espalda. Cuídeme, porque son capaces de cualquier cosa. Yo los he visto. De cualquier cosa.”
Antes de levantarse de su silla, el arriero pidió que “el juez y los periodistas” tomaran nota de algo: “Quiero decir que donde todos murieron, yo resucité. El año pasado, el 24 de marzo, cuando fui a La Perla, me infarté. Y si no fuera por los chicos de HIJOS, no estaría acá. Ellos me salvaron y no me morí por diez minutos, me dijo el médico. Emiliano Fessia (encargado de ese espacio de la Memoria) y los chicos me salvaron. Tanta gente que murió ahí y ahí yo resucité”, repitió, ya casi como para sí mismo.
Menéndez lo contemplaba, aún, doblado sobre sí mismo. La cara descompuesta, escuchando al único testigo que lo vio haciendo lo que todos saben que hizo y que el ex jefe del Tercer Cuerpo de Ejército no niega: dirigir y ordenar la tortura y la matanza de cientos de personas en el campo de concentración más grande que ha existido en Córdoba. El de Solanille ha sido uno de los testimonios más terribles y definitivos de los que se han escuchado en lo que va de este juicio.



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