viernes, 26 de julio de 2013

Asalto al Moncada




25/07/2013
 Intervención del Comandante en Jefe Fidel Castro en la Mesa Redonda el 24 de julio de 2000, en la que rememora los acontecimientos del 26 de Julio de 1953, los preparativos de la acción, la estrategia trazada y los acontecimientos posteriores. Un testimonio para la historia.






El “sexto sentido” del pueblo: el sentido épico de la lucha

Cuando era una verdadera osadía hablar de revolución socialista en Cuba; cuando yo apenas tenía tres años y oía hablar todavía de Maracaná y ni podía enterarme del frustrado asalto al Moncada, de los fusilados y los apresados y los torturados en las mazmorras del régimen despótico de los Fulgencio Batista mimados por la CIA, la Casa Blanca y la mafia del juego y la prostitución caribeña para triste placer de los señores ejecutivos del imperio…

Cuando los atrevidos barbudos de esa isla con forma de cocodrilo mirando al norte con odio caían como moscas en manos de los defensores del sistema y a nadie se le ocurría gritar “¡muerte al capitalismo!!!” en ninguna parte de América La Humillada…

Cuando por los anchos y largos pagos de Artigas y Ansina era surrealista imaginar gente enfierrada postulando que la “acción guerrillera genera conciencia”, y ahí estaba el Moncada para que se nos refregara por las narices la “verdad científica” de que la lucha armada popular y revolucionaria únicamente era cuestión de soviets y chinitos maoístas del pasado no tan remoto…

Cuando Fidel mascullaba como demente su autodefensa “jurídica” que terminaría siendo la Defensa y el Manifiesto de la Revolución Cubana que habría de dejar mudos a los payasos de las leyes y los códigos penales y enardecidos a los dueños de la isla, otras mujeres y otros hombres, por toda Cuba, no habían concebido las desgracias del 26 de julio de 1953 como una derrota de la revolución, sino como un traspié, nomás, en lo que apenas estaba comenzando.



En esta noche “sexagenaria” tal vez muy parecida a aquella de los ´50 –en la que muchas y muchos sienten nuestros tropiezos cotidianos como derrotas amontonadas e irreversibles de la revolución latinoamericana, pero también otras muchas y otros muchos redoblan la apuesta y siguen adelante--, un capricho “cibernético” me condujo al encuentro de un poema de Nicolás Guillén de los tiempos de los más de un Moncada, y a un fragmento de otro, que, me parece, ilustran muy bien, ambos, acerca de la importancia imprescindible del sentido épico de la lucha del pueblo aun en los momentos más amargos de la dura pelea por la emancipación del pueblo trabajador haciendo añicos las cadenas a que nos ha atado el capitalismo sin más alternativa que romperlas.



¡Sorprenden, emocionan y enseñan tanta fe y esperanza bajo los nubarrones del triunfalismo burgués!...

¡Sorprenden, alientan y reafirman principios y horizontes, tanta convicción y tanta certeza de que, aunque el viraje decisivo no sea hoy mismo, el timón de la historia está ya en las manos y la voluntad indoblegable de los pueblos, de los humildes de esta tierra condenados a la revolución como supremo acto cultural que nos coloque definitivamente en la condición de seres humanos, en todas partes y en todas las circunstancias de nuestras vidas!.

Comparto el poemita de Nicolás, y, enseguida, ese otro pedacito “lírico” genial, también suyo, escrito cuando todavía las manos de los caídos el 26 de julio de 1953, estaban amarrocadas y el metal imperialista se hundía en venas muy jóvenes llenas de una justicia popular que rompía recetas “geo-políticas” y dogmas venidos “del cielo”, además de las cadenas de una opresión miserable y nauseabunda más de dos veces milenaria y más de un millón de veces maldita: “Dos niños

Dos niños, ramas de un mismo árbol de miseria,
juntos en un portal bajo la noche calurosa,
dos niños pordioseros llenos de pústulas,
comen de un mismo plato como perros hambrientos
la comida lanzada por la pleamar de los manteles.
Dos niños: uno negro, otro blanco.

Sus cabezas unidas están sembradas de piojos;
sus pies muy juntos y descalzos;
las bocas incansables en un mismo frenesí de mandíbulas,
y sobre la comida grasienta y agria,
dos manos: una negra, otra blanca.

¡Qué unión sincera y fuerte!
Están sujetos por los estómagos y por las noches foscas,
y por las tardes melancólicas en los paseos brillantes,
y por las mañanas explosivas,
cuando despierta el día con sus ojos alcohólicos.

Están unidos como dos buenos perros...
Juntos así como dos buenos perros,
uno negro, otro blanco,
cuando llegue la hora de la marcha,
¿querrán marchar como dos buenos hombres,
uno negro, otro blanco?

Dos niños, ramas de un mismo árbol de miseria,
comen en un portal, bajo la noche calurosa”.

“¡Eh, compañeros, aquí estamos!
Bajo el sol
nuestra piel sudorosa reflejará los rostros húmedos
de los vencidos,
y en la noche, mientras los astros ardan en la punta de
nuestras llamas,
nuestra risa madrugará sobre los ríos y los pájaros”.
(Nicolás Cristóbal Guillén Batista / Camagüey, 10 de julio de 1902 - La Habana, 16 de julio de 1989).


Gabriel –Saracho- Carbajales / 26-27 de julio de 2013.-






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